Publicado en Revista SAYARI Nro. 2
Foto: "Facultad de Derecho" Avener Prado |
En 1692 la
Universidad del Cusco fue concebida como una institución para la dominación. Su
estructura y sus contenidos fueron diseñados para que sirvieran al proceso de
destrucción de los modelos sociales tawantinsuyanos. Estuvo centrada en la
enseñanza de la teología y el derecho (que eran la ciencia política de
entonces), y en la medicina (para el sometimiento de la naturaleza). Era una
institución oscura, ocupada del adoctrinamiento de la élite en las
mejores formas de implementar y administrar el modelo colonial.
Después de la
implantación de la República (1821) la universidad permaneció por mucho tiempo
anclada en el pasado. Era una institución que albergaba a las ideas y a muchos
adeptos de las condiciones coloniales de opresión.
Aquel modelo
fue criticado y estremecido a partir de la Reforma Universitaria de 1909. Una
huelga de los estudiantes cusqueños consiguió que la universidad deslinde con
las condiciones coloniales y se libre del imperio de docentes conservadores. El
movimiento reformista desplegó planteamientos novísimos como la
representación estudiantil en el gobierno universitario y el ingreso a la
función docente por concurso de méritos.
Con su impulso,
la universidad se colocó en los primeros lugares en innovación ideológica y
producción científica. Las ideas surgidas a partir de 1909 en la UNSAAC
–imaginadas por la “generación de La Sierra”– se hicieron dominantes en el
debate peruano. La “escuela cusqueña” propuso con éxito la defensa
de los derechos de los pueblos indígenas, el anti centralismo, el regionalismo
político y económico. La universidad enfocó su mirada hacia la realidad del
entorno y se vinculó con movimientos y organizaciones populares que propugnaban
nuevos paradigmas.
La Reforma
Universitaria del Cusco proyectó su influencia de manera decreciente hasta
mediados de 1970. Durante casi cincuenta años la UNSAAC engendró ideas, produjo
investigaciones y construcciones teóricas originarias con gran resonancia. Pero
ese ímpetu vigoroso se fue disipando y apagando paulatinamente.
A mediados de los años 70 la UNSAAC fue envuelta en un torbellino de
contiendas ideológicas y políticas. La dictadura militar quería que la
universidad sirviera completamente a sus intereses, a la vez que recortaba su
financiamiento. Estas intenciones no democráticas fueron motivo de oposición
de estudiantes, profesores y trabajadores administrativos que se organizaron
en grupos de una variada gama de izquierdas. En esta pugna “ganaron” en la
práctica las posturas –compartidas por ambos bandos en disputa– que señalaban
que la universidad debía servir únicamente a proyectos particulares de cambio
político y económico, y que las labores de educación, investigación -y acaso
la escasa producción científica subsistente- debían subordinarse a este
objetivo. La universidad fue reducida a un mero instrumento político cuyo
resultado fue la disminución de su actividad investigadora y su calidad
académica.
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Monumento a lo arcaico en la Facultad de Agronomía y Zootecnia de la UNSAAC. Foto: Kuntur Apuchin |
La
restructuración neoliberal de los años 90 propició un modelo de
“universidad-empresa”. El conocimiento fue reemplazado por la actividad
sencillamente crematística, subordinada a los intereses del mercado, por el
llamado “saber capitalizable”, para el que interesa la actividad académica sólo
si da rédito económico inmediato.
La carencia de
un proyecto universitario coherente fue agravada por la huida de la Política de
los claustros. Al periodo de alta politización y radicalización de los años
70-80 le siguió un tiempo en el que surgieron en la UNSAAC nuevos grupos de
poder que, abjurando de las ideologías modernas, sin un programa ni una visión
clara y sin más interés que su propio beneficio, abandonaron los proyectos de
una universidad pública y ahora, a lo más, siguen imitando de muy mala manera
los ejemplos de gestión de la “universidad-empresa”. Se hicieron comunes la
baja calidad académica, la inoperancia administrativa, la inestabilidad
institucional y la pérdida de contacto con la sociedad, debido a la pugna en su
interior de intereses mezquinos. Hoy, el resultado de
ese cóctel dañino es una universidad sin rumbo ni proyecto, que
camina por inercia.
De manera
paradójica, esta institución a la deriva ha sido sorprendida en los últimos
años por un auge en el financiamiento: las regalías, el canon minero y del gas
proporcionan a la universidad gigantescos importes -inimaginables hace pocos
años- que deberían ser invertidos en investigación. Desdichadamente, esta
coyuntura histórica está siendo desperdiciada y la UNSAAC tiene serias
dificultades en la inversión, con visión a futuro, de esos
presupuestos.
Tradicionalmente,
uno de los pilares de la crisis de la universidad fue la falta de fondos, la
carestía de dinero para la investigación. Actualmente, este escollo parece no
existir más. El estancamiento ya no es causado principalmente por la escasez de
recursos económicos, sino es ocasionado por la inexistencia de un modelo de
gestión efectiva, participativa y democrática, y por la insuficiencia de planes
que favorezcan la calidad en las funciones de la universidad. No se
invierte en capital intelectual.
Hacen falta
ideas sobre qué debemos hacer con la universidad, nos faltan maestros y
estudiantes que sean capaces de escribir, investigar, pensar e imaginar. La
crisis universitaria es ahora una crisis de paradigmas. La UNSAAC debe vencer
la decadencia, hallarse a sí misma, debe encontrarse con su historia y
re-inventar su arquetipo para convertirse en una Universidad del Siglo XXI.