"Jura de la Independencia" Pintura de Damaso Casallo Diaz |
La independencia del Perú fue traicionada en el mismo momento de nacer.
Los pueblos originarios peruanos lucharon de manera consecuente, a lo largo del
siglo XVIII, contra la opresión colonial. Pero vencidas sus insurrecciones, y
ahogada en sangre la revolución cusqueña de 1814, la élite indígena ya no pudo
plantear programas para fundar un nuevo país, incluyente de todas las
identidades nacionales. Así, el panorama estaba abierto a la acción de un solo
grupo social poderoso: la aristocracia criolla hispana.
Los criollos hispanos tenían todo a favor de la independencia. El
virreinato había sido herido gravemente por la insurrección de Tupac Amaru,
además España se encontraba en crisis económica por la baja producción de las
minas, las reformas Borbónicas de libre comercio habían provocado el
descontento de los comerciantes y la creación del Virreinato del Río de la
Plata había debilitado a la burocracia en Lima.[1] Entre
1808 y 1825 todos los factores conspiraron a favor de la emancipación: las
revoluciones en Europa, la independencia de Estados Unidos, las doctrinas constitucionales
de Cádiz, la fe romántica de los libertadores, las ambiciones políticas de las
oligarquías criollas, la difusión de las ideas de Rousseau y los
enciclopedistas, y la decadencia del imperio.[2] El
plato de la libertad estaba servido.
Sin embargo, a pesar de aquellos vientos favorables, la clase alta de
criollos hispanos se mantuvieron fieles al Estado colonial. Su economía
dependía de los privilegios del virreinato y no estaban convencidos de la
necesidad de la independencia. Temían que la experiencia de la rebelión de
Tupac Amaru, en caso de movilizar a los indígenas en nombre de la
independencia, pudiera originar un levantamiento social contra ellos.
Así, la independencia del Perú tuvo que ser impuesta a las oligarquías
criollas desde afuera. El colapso del antiguo régimen se debió a la
intervención de ejércitos foráneos, primero
las fuerzas de José de San Martín, y luego el ejército de Simón
Bolívar que derrotó definitivamente a los realistas en la Batalla de Ayacucho.
Los criollos ilustrados padecían una languidez ideológica. Una
parte de aquellos –considerados por la historia oficial como los ‘precursores’
de la independencia– que publicaron el periódico el Mercurio Peruano en 1791, no planteaban liberarse del
dominio español, sino, pedían solo determinadas concesiones dentro del marco
colonial. Reclamaban que les devolvieran los privilegios que gozaban en la era
pre borbónica. [3] Esos
intelectuales se mostraban partidarios de una política cultural de
hispanización que comprendía la imposición del castellano, el cuidado de las
costumbres españolas como manifestaciones culturales que todos los peruanos
debían practicar, y sobretodo el olvido de la grandeza del pasado
prehispánico.
"Convivencia y amor a la materia" Damaso Casallo Diaz |
Este es el panorama en el que surge el contrato social criollo, que dio
forma a la mayoría de las Constituciones del siglo XIX. Se trata de un acuerdo
dentro de la élite dominante –conformada por el grupo criollo hispano– que
funda un sistema político sin interlocutores, sin un contrapeso social de
equilibrio democrático. En este contrato esta ausente el indio, y sólo incluye
a una fracción minoritaria criolla de la población que se corona a sí misma
como la ‘nación’, como el modelo cultural al cual se deben parecer obligatoria
y paulatinamente los grupos sociales ‘vencidos’. El contrato social criollo
instaura lo que Bonfil Batalla denomina un falso Estado[4] y,
más precisamente, un falso contrato social en el que falta
una parte fundamental del acuerdo político constitucional.
El contrato social criollo organizó un Estado orientado al dominio de
los pueblos por parte de los herederos de los privilegios coloniales. A los
indígenas, herederos de la época tawantinsuyana, considerados con insuficientes
méritos históricos y políticos, se les negó la condición de ciudadanos. La
nueva república reconoció como sujeto de la democracia sólo a un pequeño
segmento de la población, así las mayorías fueron expulsadas del contrato que
fundó la República del Perú. Las élites les consideraron objetos y no sujetos
de derechos políticos.
La independencia dirigida por los criollos fue una revolución política, no
una revolución social. Ellos, finalmente, rompieron con España, pero no
modificaron las estructuras coloniales de dominación; estaban interesados en
utilizar en su provecho esos mecanismos coloniales pero no en derribarlos.
La independencia no significó un cambio en la condición social de los
pueblos del Perú, sino que en muchos casos empeoró su exclusión. El modelo
político virreinal de las dos repúblicas –la de indios y la de españoles– fue
retomada y renovada. Los criollos hispanistas diseñaron un concepto de
superioridad y de racismo anti-indígena como base de su imaginario político,
éste fue el discurso legitimador del despotismo de los gamonales
terratenientes. El orden oligárquico que se implantó en la república peruana
utilizó este imaginario racista para sustentar la dominación capitalina del
centralismo, de la misma manera que lo hicieron antes las elites virreinales.
Así fue traicionada la libertad y anulada la posibilidad emancipadora de la
independencia.
[1] Skidmore y Smith, Thomas; Smith, Peter; “Perú: soldados, oligarcas e índios”; en Historia Contemporánea de América Latina
(Cap. 6.), Ed. Crítica, Grijalbo
Mondadori; Barcelona 1996. Pág. 206.
[2] MANRIQUE,
Luis Esteban G.; De la invasión a la globalización. Estados, naciones y
nacionalismos en América Latina; Política Exterior, Biblioteca Nueva,
Madrid, 2006. Pág. 104
[3] Rodríguez
García, Margarita Eva; “El
criollismo limeño y la idea de nación en el Perú tardocolonial”; en Araucaria,
Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades; Año 4, Nº 9
Primer semestre de 2003.
[4] Bonfil Batalla;
Identidad y pluralismo cultural en América Latina; Fondo Ed del CEHAS y
Ed. Universidad de Puerto Rico; Buenos Aires 1992. Pág. 52.