Pável H. Valer Bellota
Las ciencias sociales, de manera
tradicional, crean campos oscuros para la investigación, la producción de conocimiento
y el debate intelectual. Las ciencias hegemónicas, al servicio de los
poderosos, tienen una especial predilección por los temas que les sirven para
mantener el statu quo social y para la exacerbación de los mecanismos de
dominación.
"Diablo" Danzante en la fiesta de La Candelaria. Puno Foto: Luis Rodriguez |
Un proceso determinado de producción del
mundo material “promueve” una particular forma de ciencia, una estética
específica, un Estado y un Derecho adecuado a la conservación y al fortalecimiento
de la jerarquía. En el dialogo entre el mundo de la producción y la Cultura-Estado-Derecho,
el campo jurídico es una forma más de sustentar una especial superioridad de
unos sobre otros. En estas tramas de implantación y “normalización” de la
hegemonía, la ley se convierte en un discurso con poder de coerción, un
discurso deóntico capaz de obligar las conductas, una forma cultural de mandar.
La ley y las instituciones de dominio estatal sirven a sus creadores para
sustentar sus intereses.
Esa característica conservadora de las
ciencias sociales hegemónicas se combina en
muchos países en América Latina con el centralismo cultural. No solo los
modelos políticos de los Estados son organizados de manera centralista,
concentrando las decisiones políticas más importantes para la vida de los
ciudadanos en un foco geográfico, y en un grupo social conformado por personas pertenecientes
a las jerarquías económicas. Sino, también, las decisiones sobre las materias que
las ciencias sociales deberían escudriñar son tomadas por esos grupos adueñados
de los Estados centralistas, de las instituciones productoras de saber, y del poder de nombrar. De esa manera son
olvidados, de forma deliberada, los temas de investigación que podrían poner en
riesgo el status quo social.
El centralismo cultural contiene una fuerza
–un poder de nombrar– que determina lo que es valioso para el
conocimiento y lo que es dogmáticamente apreciable en la investigación social.
No es extraño que en países con un régimen político y cultural centralista los
temas de la multiculturalidad –que tocan aspectos del malestar de las culturas–
sean recluidos en el baúl de las cosas extrañas y olvidadas.
La mayor parte de las sociedades políticas
de América Latina promueven un centralismo cultural en medio de sus realidades nacionales
multiculturales. Son sociedades en los que los discursos políticos criollos, y
el imaginario hegemónico, dibujan un Estado con una sola lengua, una sola
cultura, una única ciencia oficial; cuando sus escenarios están caracterizados
por la existencia en un solo país de varias naciones: originarias y nuevas,
indígenas y criollas, rurales y urbanas.
Volumen 4 de "Pluralidades" |
El centralismo cultural busca la instauración
de una sola nación en países multiculturales, propone un proyecto quimérico de
“perfección cultural” –a imagen de sus patrocinadores– que no es defendible desde
una elemental teoría de la democracia. Es más bien un propósito autoritario que
busca implantar la dictadura de un solo grupo étnico nacional: fundar un
autoritarismo político-cultural que oprima a los pueblos considerados
“minorías”.
En este contexto oscuro es como la luz de una ventana trascendental la circulación de Pluralidades,revista para el debate intercultural, que este año (2015) alcanza su cuarto volumen. Su publicación es hecha desde Puno, una ciudad pequeña alejada miles de kilómetros de Lima, la aplastante capital política –simbólica y cultural– del Perú, por intelectuales interdisciplinarios. Este grupo de discusión busca, mediante varias actividades de proyección social, que se reconozcan derechos fundamentales a través de una interculturalidad emancipadora y se refunde la legitimidad del modelo político a través del regreso a las raíces culturales andinas.
En este contexto oscuro es como la luz de una ventana trascendental la circulación de Pluralidades,revista para el debate intercultural, que este año (2015) alcanza su cuarto volumen. Su publicación es hecha desde Puno, una ciudad pequeña alejada miles de kilómetros de Lima, la aplastante capital política –simbólica y cultural– del Perú, por intelectuales interdisciplinarios. Este grupo de discusión busca, mediante varias actividades de proyección social, que se reconozcan derechos fundamentales a través de una interculturalidad emancipadora y se refunde la legitimidad del modelo político a través del regreso a las raíces culturales andinas.
Pluralidades,
revista para el debate intercultural, pretende crear herramientas teóricas
para fundar una sociedad diferente a la propuesta del centralismo cultural, y
en esta tarea se embarca en análisis y discusiones desde varias disciplinas. De
hecho, la emancipación de las culturas originarias no es una tarea que pueda
pensarse desde una sola visión, sino requiere de perspectivas que van desde la
filosofía política al Derecho, desde la antropología a la crítica postcolonial
feminista, etc. con la intención de incluir a todos y todas las criaturas de estos reinos múltiples en sus naciones y
culturas.
El debate desde las ciencias del Derecho
tiene que enriquecerse con los aportes de otras ramas del conocimiento. El
primer artículo de esta revista (escrito por Boris Espezúa, jurista y poeta
puneño) tiene un contenido de Derecho Público, centrado en la necesidad de
tomar en cuenta la identidad cultural para hacer posible una interpretación de
la Constitución Política abierta al punto de vista y a las necesidades
culturales de los ciudadanos de a pie ¿Pero cómo hacer esta interpretación sin
conocer los significados de las culturas? Para esto Pluralidades agrupa reflexiones en torno a la coexistencia de
“sociedades paralelas” (de Pino y Riquelme),
a cerca de la “felicidad sostenible y racionalidad” (de Ramos Lucana),
sobre “ordenamiento territorial” (de Escalante Solano), e “interculturalidad y
descolonización feminista” (de Medrano Valdez), además de una interesantísima
entrevista a Javier Medina, el destacado intelectual fundador del Instituto de Historia Social Boliviana.
Leer estos textos dotados de una ejemplar intención
contraria al centralismo cultural, escritos para convertirse en propuestas
contra-hegemónicas, es un acto para la libertad, es, sin duda, una de las hermosas
micro-revoluciones individuales y permanentes que la emancipación social
necesita.